27 abril 2018

Tortosa - Xàtiva (por El Maestrat) Etapa 1 de 7

Hace 4 años que no escribía en el blog, quizá he llevado demasiado lejos el tema de la procastinación. Tengo pendientes muchos viajes y aventuras, ya se me acumulan demasiados. Antes de que siga olvidando más detalles he de plasmarlos en este diario, para recordarlos cuando me fallen las neuronas.

Esta vez me gustaría que me acompañarais en uno de los viajes más físicamente exigentes que he hecho. Siete etapas como siete infiernos. Bueno quizá exagero, pero os juro que hubo momentos muy difíciles, absurdos, pero también épicos y divertidos.

No recuerdo cuándo ni cómo me dejé engañar por mi inseparable compañero de aventuras, Víctor Freire. En algún momento me presentó un proyecto precioso y sencillo que consistía en recorrer el Maestrazgo (El Maestrat), siguiendo los pasos de Jaume I, El Conquistador. La ruta empezaba en la Sènia y acababa en Valencia, tras recorrer los mas hermosos e históricos pueblos del Maestrat.
Víctor había estado leyendo en un blog toda la información de la ruta, etapas, desniveles, porcentaje de tramos ciclables etc.

Recuerdo que el día que me presentó la idea no me sedujo demasiado recorrer esas tierras, pero me dejé llevar y se me fue metiendo el cuerpo el gusanillo de la aventura. El tiempo pasó rápido, tampoco entrenamos o hicimos más salidas de lo normal para prepararlo. De hecho tampoco nos vimos demasiado en esos meses Víctor y yo. Tuve unos meses de vida personal bastante complicados, y sin darme cuenta el día que marcamos para la salida fue llegando y de repente ya estaba ahí.

Empecé mis vacaciones el día anterior a la partida. Durante la tarde lo preparé todo a conciencia. Revisé la bicicleta a fondo, llené las alforjas con la ropa, algo de comida, el camping gas, el saco, herramientas variadas, botiquín y todo lo necesario (y algunas cosas innecesarias) para emprender el viaje. Lo que me pasó más tarde no lo esperaba. Me fui a dormir y se me antojó imposible, pasaban los segundos, los minutos, las horas y no conseguía dormirme. Empezaron a picarme los pies y las manos, pensé que había sido víctima de las picadas de mosquitos, me rascaba con ganas y eso me quitaba el poco sueño que llegaba a conciliar. Me ponía cada vez más nervioso. De la cama pasé al sofá, me puse la tele a ver si me calmaba, pero el picor seguía. Cuando ya no aguanté mas vi que tenía unas ronchas pequeñas en las manos y decidí ir a urgencias. Eran casi las 02:00 de la mañana y al día siguiente debía madrugar bastante. Ya no recuerdo cuanto rato pasé en urgencias pero me recetaron unas pastillas para la alergia, cuando jamás he sido alérgico a nada. Fuera como fuese conseguí dormirme pasadas las 3, no sin antes añadir esas pastillas al botiquín que tenía preparado para el viaje.

El despertador sonó a las pocas horas, estaba muy embotado y la verdad no me apetecía lo más mínimo salir a pedalear, pero sabía que podría aprovechar para dormir en el tren que nos llevaría a Tortosa. Decidimos empezar desde la capital del Baix Ebre por que el tren nos dejaba allí y podríamos acabar de comprar algunas cosas que nos hacían falta.

Me encontré con Víctor en la plaza de los bomberos de Hospitalet y enseguida pedaleamos hasta la estación de Sants. Allí nos subimos al tren con destino Tortosa. Esta vez no teníamos que desmontar nada de las bicis y no tuvimos problemas con RENFE como casi siempre pasa cada vez que intentas juntar bicicleta y tren en este país. Durante el trayecto, que duró casi tres horas, tuve tiempo de dormir un poco más, tampoco demasiado, ahora la excitación de empezar una nueva ruta ya superaba mi sueño.

Cuando salimos de la estación fuimos directos a comprar algo de comida en un supermercado, revisar una última vez las bicicletas y creo que llegamos a pasar por Decathlon

Tras aprovisionarnos con lo que nos faltaba y acabar de llenar nuestras nutridas alforjas emprendimos la marcha en dirección a la Sènia. Cruzamos el Ebro por uno de los puentes que hay en Tortosa y fuimos buscando caminos que nos hicieran evitar la carretera comarcal, cosa que conseguimos durante los primeros kilómetros. Las pistas de tierra eran pedregosas pero amplias, lástima que tuviéramos que abandonarlas al poco de empezar a rodar.

La carretera comarcal estaba bien, era estrecha pero rara vez se cruzaban dos coches. Sobretodo encontramos mucho vehículo agrícola y pequeños camiones dedicados también a tareas del campo. Al fondo ya podíamos ver como se alzaban imponentes los montes del inicio del Maestrat, a nuestra derecha quedaban los puertos de las "fagedes".

 El día estaba despejado y el cielo era azul, aunque alguna nube solitaria nos hacía el favor de esconder el sol unos minutos. No tardamos en toparnos con nuestra primera subida del viaje. La que nos llevó hasta Mas de Barberans. No era demasiado desnivel, pero los comienzos siempre son duros y el calor y la hora de comer no nos ayudaban. Paramos a comer unos bocadillos y a descansar un poco. No habíamos pedaleado durante demasiados kilómetros pero hacía demasiado calor. Tras una breve pausa, en la que también pudimos admirar las bellísimas llanuras del delta del Ebro hasta dónde nos alcanzaba la vista, empezamos a bajar hasta la Sènia. Campos de olivos a derecha e izquierda nos acompañaron durante este tramo de la TV-3421, trabajadores de los campos durmiendo a la buena sombra de estos arboles mientras pedaleábamos a buen ritmo. En la Sènia volvimos a hacer una parada para "repostar" y hacernos unas fotos. Ya sabéis que nos gusta empezar como abuelos para poder acabar como jóvenes. Nos regalamos un refrescante granizado de fresa (o sandía) antes de reanudar definitivamente la marcha hasta el final de etapa. O por lo menos eso intentamos.

Tras salir de la Sènia la carretera empieza a tomar altura, para adentrarse de lleno en el Maestrat. Eran las cuatro de la tarde y el calor apretaba de lo lindo, por suerte los plataneros situados a ambos lados de la carretera nos facilitaban el duro ascenso.  A no muchos metros del pueblo encontramos uno de esos rincones mágicos que recuerdas siempre, que hacen de estos viajes algo especial. El lugar en cuestión se llama Font de Sant Pere. Es una pequeña piscina natural, rodeada de plataneros que daban una grande y buena sombra, con una gran roca en el centro desde la que se puede hasta saltar si la cantidad de agua lo permite. La piscina se encuentra a los pies de la Capilla de Sant Pere, de un restaurante y de un molino. Es un lugar dónde solo habitaba la calma y la paz de una tarde de verano.

Con el calor que hacía no me lo pensé dos veces, Víctor igual si, es muy friolero, tiene casi un 0% de grasa corporal y no gestiona bien la temperatura. Me quité el maillot y con culotte incluido me metí en el agua, trepé la roca y me volví a lanzar, esta vez desde las alturas. En la charca solo había una mujer mayor con su nieto, extranjeros, pero que habían dado con ese remanso de paz y tuvieron la misma idea. Víctor despojado de sus zapatillas metió las piernas en el agua, pero de ahí no pasó.

No fue un baño largo, pero si refrescante y nos vino muy bien. La carretera seguía subiendo, con desniveles ya más pronunciados. Siguiendo el río Cénia hasta llegar al pantano de Ulldecona. Lamentablemente estaba casi seco, pero eso no nos desanimo a fotografiarnos con el a la espalda.

Cinco kilómetros más de subida hasta llegar al desvío de la carretera que nos llevó a la Puebla de Benifasar (La Pobla de Benifasar, o lo del Mufasa). Era lunes, un lunes de agosto. Esperábamos encontrar un lugar donde hospedarnos y algún bar, fonda o restaurante donde poder cenar o tomar algo. Pero en La Pobla todo cierra los lunes, restaurantes, el hotel, la casa rural, y hasta el albergue permanece cerrado durante TODO AGOSTO! Quizá el mes que más visitantes potenciales tengan, no me parce una buena estrategia cerrar, pero es un pueblo pequeño, sus motivos tendrían. No desistimos en nuestro empeño de conseguir alojamiento y llamamos al teléfono del albergue pero no hubo suerte.

Nos vimos delante de un albergue cerrado, cansados y sin posibilidad de llegar al siguiente pueblo del cual no teníamos información, pero sabíamos que era incluso más pequeño que La Pobla, tampoco pensamos en volver sobre nuestros pasos, simplemente decidimos seguir un poquito más ese camino que se alejaba del pueblo y que nos había llevado a las puertas del albergue. Unas decenas de metros mas adelante a la izquierda del camino nacían unas escaleras que bajaban hasta un pequeño parque. El parque era alargado y no muy ancho, tenía mesas para usar de merendero y había una fuente, La font lluny la llamaban. Suponemos que se llama así porque no está cerca de ninguna casa del pueblo. Esa fuente tambien tenia un abrevadero y el agua se veía limpia y clara. Bajamos a inspeccionar detenidamene el parque y descubrimos un rincón, bajo el muro del camino pero por encima del parque. Oculto a la vista de los que paseaban por arriba y bajo la protección de un árbol. Además era casi plano, ideal para plantar una tienda de campaña, cosa que hicimos.

Decidimos pasar la noche ahí, teníamos de todo. Una mesa recia y buena con unos bancos igual de recios y buenos, dónde poder preparar una apetitosa cena con el camping gas, un buen lugar donde plantar la tienda y hasta nos atrevimos a ducharnos usando la fuente y el abrevadero, practicando un breve episodio de naturismo. El agua de la  fuente estaba helada pero era buenísima.

Mientras uno comenzó a preparar la cena el otro se aseaba y luego hicimos cambio. Cenamos con las últimas luces del día, lavamos los cacharros y recogimos todo. Al anochecer no tardamos en irnos a dormir. Nos costó conciliar el sueño, no por el agotamiento que teníamos, si no por la situación de haber plantado la tienda en un lugar, en el que suponemos que no se permitía la pernoctación con tienda. Fuera como fuese los dos caímos a los mundos oníricos. Al día siguiente nos esperaba otra dura etapa

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