22 abril 2014

DIA 11 VIARREGIO - GROSSETO


ETAPA 11 VIARREGIO - GROSSETO
(192,37 km - 8 horas 41 minutos)  (los últimos 100 en 4 horas 51 minutos)


Me levanté rápido y emocionado. Me hacía mucha ilusión llegar a Pisa y hacerme fotos allí. Recogí en un momento, me enfundé el maillot de ciclista y me puse mis cremas para la espalda y las piernas. 

Solo comí una barrita de cereales y un bote de jalea real de "emergencia" que me quedaba. La señora del hostal tardó un poco en salir pero pude despedirme de ella y darle las gracias por todo. 

Eran las 6.58, el sol justo empezaba a despuntar, perfecto, podría aprovechar todo el tiempo de luz disponible. El camino seguía la tónica del día anterior, llanísimo. En un momento salí de Viarregio.  En la pantalla del GPS veía que si me desviaba un kilómetro llegaba a un lago enorme que se llamaba Puccini. Estaba a su vez muy indicado en todos los desvíos y decidí que tenía que ser un lugar digno de visitar. Ya no sentía las prisas por llegar a ningún sitio de los días anteriores, tal vez por que Grosseto, mi destino planeado, estaba a 200 km de distancia y sabía que era imposible que llegara.

 El paisaje que vi al llegar al lago, sin ningún turista todavía, fue conmovedor. Daban ganas de coger un kayak y ponerse a remar. Lástima que al no haber nadie, tampoco me pudieron hacer una foto. 

Volví a mi ruta y vi que la Vecchia Aurelia aún seguía siendo mi principal ruta destino Roma. Antes de darme cuenta llegué al centro de Pisa.  Hubo un pequeño momento de tensión en una rotonda tan saturada de tráfico, que nadie se aventuraba a adentrarse en ella. Todos debían ceder el paso y nadie entraba. Y yo, siendo el vehículo más débil entré, cagado de miedo, y la crucé sin problemas. 

Casi me paso la entrada a la Piazza del Duomo, Pisa es muy pequeña. Cuando crucé las murallas que envuelven la Piazza y vi delante de mi el Duomo, los jardines y la torre inclinada sentí una satisfacción tremenda de haber llegado hasta allí, en bici. Por primera vez durante el viaje fui consciente de que empezaba a estar lejos de casa. 

Me bajé de la bici y recorrí todos los jardines a  pie. Había mucha gente haciendo yoga y posturas raras frente a la torre. Ay que ver que deportistas eran todos aquí. Hice muchas fotos, y también conseguí que me las hicieran. El lugar era increíble, había acertado plenamente el día anterior en parar antes de llegar aquí para poder ver esto con la luz del día.

Retomé el camino por la Aurelia, volviendo a pasar por la peligrosa rotonda, igual de saturada que antes. Mi próxima para era Livorno. La carretera cruzaba una llanura plagada de naves industriales y allí encontré un viejo enemigo, el viento. 

Me minaba mucho la moral pedalear con viento en contra, lo había pasado fatal en las marismas de Francia y no quería volver a pasar por lo mismo. Desanimado, me estaba costando llegar a Livorno. Me puse la excusa de que no había desayunado para poder parar en un bar de carretera a desayunar. Un café exquisito y un par de pastas harían de buen sustento hasta la hora de comer. 

Más animado conseguí llegar a Livorno. Con las experiencias anteriores en grandes ciudades, decidí no cruzar por el centro de Livorno y rodearla para no perder tanto tiempo. Con la ayuda del GPS y los carteles seguí el camino de la Vecchia Aurelia, que dejó de ser la perfecta nacional con un carril para cada sentido y un arcén considerable, para ser una gran carretera de 3 o más carriles para cada sentidos, separados por una mediana y sin arcén. No era peligroso pedalear por allí, era temerario, un suicidio. Además muchos coches me pitaban al adelantarme y no entendía porqué. Intenté que eso no afectara más a mis nervios, pero si lo hacía. 

Al cabo de un par de kilómetros vi un apartadero y decidí parar para descasar por la tensión acumulada. Allí había un coche parado y un señor mayor fuera de el. Se acercó a mi, algo alterado y me dijo muy educadamente que era un suicidio pedalear por allí en bici, que saliera en cuanto pudiera, además que estaba prohibido para bicicletas esa carretera. Le dije que no había visto ninguna señal que lo prohibiera, pero que tenía razón y quería salir de allí enseguida. Me dijo que me había adelantado y simplemente había parado para advertirme del peligro. Un gesto muy bonito y desinteresado. 

Seguí dando pedales lo más rápido que podía para llegar a la primera salida. Cada vez que me adelantaba un camión mis piernas y mis brazos temblaban, el arcén era minúsculo. Logré llegar a una salida, la de Livorno sur. Con un riesgo elevado había cumplido mi objetivo de no liarme demasiado por las calles de Livorno. 

En ese momento, a mi cerebro le dio por rescatar una preocupación escondida en un rincón de mi mente. El momento en el que tuviera que desmontar el remolque para facturarlo hacia Barcelona. Necesitaba un par de llaves fijas que no llevaba conmigo y también un buen destornillador, no me servía el de la "multiallen". Dando vueltas por las afueras de Livorno buscando un Decathlon que no paraban de anunciar, encontré un Leroy Merlin. Até mi bici y entré a comprar un las llaves. Para no equivocarme, y como eran pequeñas y ligeras, compré varios tamaños. Volví a acertar en mi decisión. 

De vuelta a la bici y a la carretera, llegué a un cruce de caminos de la SP5. No podía seguir de frente. O me metía de lleno en Livorno o bien me desviaba hacia el interior de la Toscana. No recuerdo bien el porque, pero cogí el desvío al interior. La carretera discurría por un valle y empezaba a subir poco a poco. El calor y el cansancio acumulado por las cuestas de las Cinque Terre del día anterior empezó a hacer presencia en mi cuerpo. Un par de ciclistas me adelantaron. Para no agobiarme hacía pequeñas paradas que me ayudaban a coger aire y fuerzas. Por suerte, tengo una gran capacidad de recuperación y pude seguir sin demasiado problemas. La subida empezaba a hacerse más dura a cada kilómetro y el calor más agobiante. El paisaje de la Toscana, con las verdes lomas y el cielo completamente azul y despejado me ayudaba a no pensar en el cansancio ni en el calor. Quizá si hubiera tomado la otra dirección en el desvío hubiera sido más fácil, pero me habría perdido muchos lugares. En uno de estos prados, me cruce con un bicivolador en bici de BMX de montaña. Me hizo gracia porque no pegaba demasiado en ese lugar. El camino seguía subiendo cada vez más y los arboles que me proporcionaba una refrescante sombra eran cada vez menos. Estaba dando una vuelta grande, y además dura. 

Con paciencia y paradas continuas, llegué a la cima de la carretera y con gran consuelo para mis piernas, el camino empezaba a bajar, y bajar fuerte. Pasé por un pueblo en el que ni paré. Gabbro. Me pareció acogedor y bonito, pero me cortaba la dinámica de la bajada y ahora estaba disfrutando. 

Siguiendo la pequeña carretera llegué a una más grande la SS Emilia. El sol estaba en su cénit y calentaba de lo lindo. Los campos habían dejado de estar verdes y pasaban a ser yermas extensiones de tierra aradas. El firme de la carretera estaba en muy mal estado y había muchos camiones. Pero pese a todo se pedaleaba a gusto. A lo lejos vi un restaurante de carretera con una terraza a la sombra, mi cuerpo deshidratado me pidió parar a tomar algo fresquito. Tranquilamente me tomé mi media hora bebiendo una Fanta y un Aquarius. 

Emprendí la marcha muy descansado y con ganas. A muy buen ritmo, unos 30 km/h, llegué animado al punto donde Via Emilia se cruzaba con mi maravillosa Vecchia Aurelia. Miré el reloj, era la 13.30, hora perfecta para comer. Miré los kilómetros que llevaba recorridos 93! Increíble. Luego miré en el GPS la distáncia que me separaba de Grossetto, unos 100km. Mi cuerpo asimiló el dato con pasividad. Seguía decidido a pedalear hasta donde pudiera y para cuando el cuerpo, y la visibilidad lo aconsejaran. Llegue a un pueblo llamado Cecina, que mejor lugar en el que comer que un pueblo con nombre de comida. Vi un bar pequeño con Menú a buen precio. Pedí, para variar, una pizza, pero me indicaron que solo la servían por la noche. Entonces elegí ensalada y Lasaña. Todo exquisito, el trozo de Lasaña inmenso. Les pregunté cual era el mejor camino para llegar a Grossetto. Me preguntaron por mi viaje y se interesaron mucho. Salieron a ver la bici, hasta uno de ellos se sentó conmigo. Les conté mis problemas con la carretera en Livorno, y me dijeron que ya podía volver a pedalear por la Aurelia. Me alegré muchísimo. Me aconsejaron desviarme aún más hacia la costa para cruzar una peciosa pineda. Pero les dije que no creía que lo hiciera. Me invitaron a café y me despedí de ellos.

Encontré la Vecchia Aurelia rápidamente. Volvía a ser la pequeña carretera con un carril para cada sentido y cubierta de plataneros que daban muy buena sombra. Descansado y con el estómago lleno empecé a dar pedales a más de 30 km/h. El ritmo era acojonante para llevar casi 100 kilómetros, con un puertecito, a mis espaldas. Transcurridos los primeros 30 kilómetros llegué a un pueblo dónde vi una heladería, y me pareció un estupendo postre. Disfruté de un portentoso helado de "nocciola" y rellené mis existencias de agua.

Tras esta breve pausa volví a subir a la bici, y seguía volando por tierras de la toscana. El ritmo era alto, más de 30km/h con picos de 40. Teniendo en cuenta la cantidad de kilómetros acumulados ese dia, en el total de la ruta y el peso del remolque, aquello me parecía una proeza. 

Como ya os he explicado otras veces, me marcaba siempre pequeñas metas que me ayudaran mentalmente a seguir adelante. Cuando salí de comer dije, venga voy a ver si llego a 80 km de Grosseto, cosa que cumplí cuando me comí el helado. Luego me dije, venga a ver si me quedo a 60 km... y así, junto con el pedazo de velocidad media que llevaba, fui cumpliendo esas metas fácilmente. La moral se me puso por las nubes. Llevaba más de 40 km sin bajar ese ritmo y cada vez me acercaba más a Grossetto. Cada vez que veía un cartel de los kilómetros que me faltaban, mis ánimos crecían. La carretera era ideal, cruzaba extensas campiñas con masías preciosas. Caminos perfectamente cuidados, delimitados por cipreses altísimos y muy bien cuidados comunicaban estas con la carretera. La estampa era la que yo esperaba de la Toscana. Además el sol ya había empezado a bajar, estaba en su punto idóneo para completar la postal en la que me estaba metiendo. 

En uno de estos caminos vi un ciclista de carretera parado en el arcén. Como era costumbre en este viaje paré a preguntar si le podía ayudar en algo. El me dijo que no, que vivía allí en esa masía y simplemente estaba cambiando su calzado (el que no usaba lo dejaba en la propia cuneta) para salir en bici. Me despedí lanzándole el pequeño reto de darme caza en cuanto se pusiera en marcha, y así lo hizo.
Se puso a mi altura y empezamos a hablar. Le conté mi viaje, me dijo que hablaba un poco de español, lo justo para decirme que estaba loco por hacer semejante viaje. Yo le dije que el un poco también por venir de trabajar, coger la bici e irse a las montañas que teníamos a nuestro lado. Todo esto mientras pedaleabamos a 35 km/hm, el con su bici de carbono y yo con toda la parafernalia. Entiendo que se asombrase.

Cuando nos separamos volví a mirar el GPS quedaban 50 kilometros para Grosseto y creo recordar que eran la 17.30 o las 18.00. Hice un calculo rápido y viendo el ritmo que llevaba, y las horas de sol que me quedaban por delante, fue la primera vez que pensé realmente que llegar allí era posible. Aunque llevaba más de 130 kilómetros ese dia, me sentía perfecto, no me dolía nada.

Un poco más adelante paré en una gasolinera para descansar. Llevaba pedaleando 50 kilómetros sin parar y necesitaba algo de sombra. Me tumbé 15 minutos a la sombra, luego estiré bien los músculos y continué. En pocos kilómetros vi una señal que indicaba que quedaban 30 kilómetros para Grosseto. Aquí la carretera dejó de ser la cuasi perfecta linea recta que venía siendo y empezo a serpentear entre las campiñas, las vias de tren y la autopista. El paisaje seguía siendo maravilloso, pero esto de dar tantas vueltas y curvas me desanimaba un poco. No paraba de mirar el GPS para ver cuánto me faltaba para llegar. El sol empezaba a querer ponerse, aunque yo calculaba que aun me quedaba algo más de una hora de luz.

Cuando me quedaban 20 kilómetros la estupenda Vecchia Aurelia se esfumó y me tocaba cruzar de alguna manera una autopista. Tuve que dar un pequeño rodeo para encontrar un puente que salvara la autopista. El cansancio acumulado apareció de golpe. Junto con el dolor en el culo. Ya al otro lado de la autopista y pese a que aún avanzaba a 27 km/h los últimos 10 kilómetros que me separaban  de Grosseto empezó mi calvario.

Se me hicieron eternos. Veía la ciudad al fondo pero nunca conseguía llegar. Era casi de noche, estaba reventado. Con mucho esfuerzo, ofreciendo a mis piernas toda la energía que me quedaba llegúe a las afueras de Grosseto. Me pare a preguntarle a un hombre como llegar al centro, pero sus indicaciones, aunque me las repitió tre veces, no las entendí del todo.

Dos días atras, cuando aún tenía móvil, escribí a una chica que me ofrecía la posibildad de dormir en su sofá. Quedamos en que la avisaría el dia antes de llegar o la mañana del día de mi llegada. Pero por razones obvias no pude hacerlo. Tuve la precaución de apuntar su teléfono en la libreta, pero no su dirección. Busque un cajero, luego una cabina telefónica, algo raro en estos días, pero la encontré. Eran las 20.30 cuando la llamé y tuve la grandiosa suerte de que contestara. Se sorprendió un poco por mi llamada, pero más aún cuando le dije que ya estaba en Grosseto. Le dije que no tenía móvil y me disculpé por no avisarla con antelación como acordamos. Pese a todo se mostró receptiva y amable a ayudarme. Quedamos en el centro del pueblo, en el caso antiguo. Me costó llegar, es más difícil orientarse sin luz. Pero al final dí con la dirección. Enseguida me reconoció. Estaba acompañada por sus amigos. Enseguida me propusieron unirme a su plan para la cena, que consistía en una BBQ. Le dije que estaba muy cansado, que quería ducharme y luego decidiría. Violetta, así se llamaba ella, y un amigo suyo me acompañaron hasta su casa. Tuve que aparcar a mi pequeña en la calle, me aseguraron que podía estar tranquilo, pero yo nunca lo estoy cuando la dejo en la calle. Le quité el sillín y la rueda delantera. Las luces, y casi todo lo que pudieran llevarse. Cuando fui a desmontar el remolque. No pude, se había quedado completamente atascado, asi que tambien saqué la rueda trasera y subí todo arriba, no había ascensor.

Una vez en el piso me presentaron a la hermana de Violetta, y me enseñaron el piso. Volvieron a insistir en la BBQ, les dije que me lo pensaría. Violetta y su amigo se fueron a comprar la cena y yo pude desencajar el remolque de la rueda con mucho esfuerzo. Luego, sucio y cansado me fui a la ducha.

Me puse mis mejores galas, mi pantalón megacorto y una camiseta que hacia las veces de pijama. Unas pintas estupendas. Le pregunté a Olivia si ella también iba a cenar o se quedaba en casa. Ella también iba a cenar. Me apetecía ir, y a día de hoy pienso que debería haber ido, pero no quería que pasara lo mismo que me paso en La Ciotat con Jorgen y morirme de sueño una vez cenado, y convertirme en una carga. Se lo expliqué a Violetta y lo entendió perfectamente. Me supo mal pero en ese momento era lo que me pedía el cuerpo.

Les pedí que me recomendaran un sitio dónde cenar y me llevaron a una pizzeria  cercana. Me aseguraron que era muy buena y era verdad. De camino al restaurante, el amigo de Violetta me preguntó por mi ruta del día siguiente y me informó que la Aurelia volvía a ser intransitable para bicicletas. Me aconsejó que caminos tomar, ya que el también hacía rutas en bicicleta y estaba muy al tanto de todo. Sus consejos me fueron de lo más útil al día siguiente.

Entre a la pizzería, había bastante gente, pero me atendieron enseguida. En la carta vi algo que me llamó la atención. Pizzas de medio metro. ¿Adivináis que pedí verdad? Mi mesa estaba situada delante del obrador donde  hacían la masa y la pizza. Observe fascinado todo el proceso de creación de la megapizza. Mientras estaba en el horno, saque mi cuentakilómetros y mi diario y empecé a escribir.

Había recorrido un total de 193 kilómetros, todo un récord personal, pero no solo eso, la velocidad con la que había volado por los últimos 100 era digna de admirar. Empecé a escribir el diario y la camarera, dueña y mujer del cocinero jefe se acercó a preguntarme. Como ya era casi costumbre, le conté mis aventuras. Llamó a su marido y los 2 ecucharon atentamente mis relatos y se sorprendieron. Querían ver la bici y el remolque pero se decepcionaron al saber que no la tenía aparcada fuera. También les dije que me habían hablado muy bien de su local. Me sirvieron la pizza, la devoré mientras acababa de escribir el diario. Sin darme cuenta acabe fácilmente con toda la pizza. Cuando le pedí la cuenta la señora apareció con un bol de uvas que me regaló. No me gustan las uvas, y me las comí todas. Los casi 200 kilómetros hechos solo con una barrita, unas pastas, una lasaña y un helado, hacían que ahora mismo me comiera casi cualquier cosa. Salí contento y con sueño de la pizzeria, pero quise ver otra vez el centro amurallado de Grosseto. Me pareció una de las ciudades más bonitas de Italia. Pasé por delante de una heladería artesanal y no me pude contener. Me compre una tulipa de 5 sabores, 5 sabores que me costó decidir. No recuerdo los otros 4 pero si recuerdo el sabor de nutella. Es el mejor helado que he comida en toda mi vida. Me hubiera casado con el, para poder tener hijos en forma de heladito de nutella y comermelos una y otra y otra vez. Saboreé cada cucharada de ese sabor, como si fuera algo bendecido por los dioses. Estoy seguro que lo era. 


Mi memoria fotográfica me ayudó a volver a casa de Olivia y Violetta. La bici seguía allí y me quedé más tranquilo. Una vez arriba. Me conecté un rato al facebook para avisar a mis seguidores y familia de que estaba bien, y de que hoy había hecho una proeza que ni yo me creía.

En menos de 5 minutos me quedé dormido. Había sido un laaaargo día.

Esta etapa la quiero dedicar a mucha gente. Tuve tiempo de acordarme de casi todos.

- A todos mis compañeros "Carreteros" porque pensé que si os hubiera pillado por ahí pedaleando en este día os habría metido caña

- A Violetta por acogerme en su casa y ser tan hospitalaria, te debo un desayuno!!!

- A Manu "joder" por hacer que volviera a coger la bici después de mi grave accidente.


  

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