25 abril 2014

DIA 13 TARQUINIA - ROMA



ETAPA 13 TARQUINIA - ROMA
(101,52km 4 horas 40 minutos)


Como siempre, me levanto con los primeros rayos de sol. La noche, la pasé durmiendo a ratos por los nervios. Hoy era el gran día. Hoy iba a llegar a Roma. Era algo consciente que de mucha gente me estaba siguiendo a través de las redes sociales y quería darles buenas noticias.

En tiempo récord me visto. Decido prescindir del culotte y hacer la etapa en modo espartano, con pantalones sin badana. Recojo el campamento y lo guardo todo en la bolsa del remolque. Hace fresco y me pongo una chaqueta que, combinada con mis pantalones cortos queda algo extraña. 

Desayuno galletas y medio plátano y emprendo la marcha. Me cuesta un rato arrancar. Las piernas aún se acuerdan de los 192 kilómetros. 

Con pequeños sube-bajas y largas rectas recorro los 24 kilómetros que me separan de Civitavecchia. Era un camino agradable, con vistas a algún parque natural, pero el mal estado del asfalto de esta secundaria carretera hacía que mis problemas con el túnel carpiano fueran a más. No lo he mencionado antes, pero desde la etapa 6 notaba como se me dormía parte de la mano izquierda. Y a estas alturas  el dedo indice y pulgar estaban acartonados desde hacía días. 

En los tramos en los que me daba el sol, la temperatura era agradable, pero a la sombra se notaba que el verano estaba tocando a su fin. Pese a todo la temperatura era de 23 grados. 

Entro a Civitavecchia cruzando su puerto de mercaderías. Doy una vuelta rápida por el centro de la ciudad buscando la forma de coger la SS1 Aurelia, me temo que desde aquí no hay otra manera de llegar a Roma. Justo antes de abandonar la ciudad decido parar a tomar un café. Veo un bar en el paseo marítimo con tres ciclistas de 70 años y me uno a ellos. Les cuento mi viaje, y que estoy próximo a acabarlo. Me dicen que me quedan 70-80 km para llegar, y que definitivamente tengo que ir por la Aurelia. Me invitan a ir con ellos. Les agradezco la oferta pero les digo que no podré seguirlos el ritmo. Se ríen, insisten en que vaya con ellos, que soy joven y ellos demasiado mayores. Yo les digo que ya he visto a suficientes viejos en bicicleta como para saber que pueden imponer un ritmo brutal. 

Al final no bebí café alguno y nos pusimos los cuatro rumbo a Roma. Me acompañaran un tramo de unos 30 kilómetros. Empezamos a un ritmo muy suave  de unos 17 km/h. De momento les sigo con facilidad. Ellos se van relevando en la cabeza sin dejarme opción a mi de tomar la delantera. La nacional parece más segura de lo que pensaba. Toman atajos por cada pueblo que pasamos dejando de lado la nacional para luego volver a ella. El ritmo de pedaleo iba "in crescendo", primero a 20, luego a 23, 25 y al final sobre los 30 km/h en llano y 26 km/h en las subidas. 

Les aguanto el tirón e incluso les ataco en algunas subidas, pero son orgullosos y empiezan a subir aún más el ritmo hasta los 33km/h. Durante 23 kilómetros les sigo a rueda pero empiezo a necesitar una pausa. Mientras pedaleo me quito la chaqueta, y un poco más adelante veo un puesto de venta de fruta y verdura. Decido despedirme de ellos y parar a beber algo fresco. El agua que compro resulta ser ligeramente "frizzante" pese a que en la etiqueta ponía natural.  Estos italianos...

Por la marcas kilométricas de la carretera  se que estoy a tan sólo 50 kilómetros de Roma. Se me pone la piel de gallina cuando veo ese letrero. Voy a buen ritmo, 26 km/h. Subiendo colinas cada vez mas altas van cayendo los kilómetros. Voy viendo las señales 45, 40, 35... cada vez que veo uno de esos carteles numéricos en la carretera me animo y me emociono. El final está cerca. ¡Lo voy a conseguir!

A la vez también soy muy consciente de que cada vez hay más tráfico y que es más peligroso. Hace falta mucha buena gente para que no te pase nada en la carretera, pero solo un subnormal para que todo se arruine. Y el subnormalismo está muy extendido. Mis precauciones cada vez que hay una salida o una incorporación a la nacional son máximas, llegándome a detener por completo si no lo veo claro. Quiero asegurarme de poder cruzar sin que me lleven por delante. A falta de 28 km, veo un McDonalds. No es que me apeteciera comer allí, pero había wifi gratis y ayer no había podido avisar a mi familia sobre mi paradero. Seguro estarían preocupados. Al final acabo comiéndome un bocadillo que solo sirven en la región de Lazio. Salgo de allí disfrutando de esos últimos 28 kilómetros pese a lo peligrosos que eran. El arcén está lleno de cosas que pueden hacer que pinche y los coches van rapidísimo. A falta de 11 kilómetros decido tomar la salida de la carretera. El peligro era máximo y, aunque tuviera que dar un pequeño rodeo, lo prefería a tener un accidente.

Tras la que sería la última subida, me incorporo a una carretera pequeña con mucho tráfico. Lenta pero segura. Pedaleo unos metros y entonces lo veo...

Veo el cartel, el GRAN cartel que pone: ROMA

Ahora si que tiemblo de emoción y casi se me saltan las lagrimas de alegría. Me pongo en pie en la bicicleta, alzo el puño izquierdo y comienzo a dar botes de felicidad encima de la bici.

Los conductores entienden mis gestos y pitan animándome. Es un momento espléndido. Aún no estoy en el centro, pero eso ya era Roma.  Y ya podía celebrarlo. 

En ese momento pienso en mis padres y mi hermano, en mis compañeros de viajes (VIctor, Moli, Dani, Robert) y en lo mucho que me gustaría que estuvieran allí esperándome por sorpresa para compartir ese momento de felicidad. La felicidad solo es absoluta cuando es compartida. Me gustaría llamarlos, pero tampoco puedo y eso me hace añorarlos un poco. Ya habrá tiempo de celebrarlo cuando los vea.

Empiezo a seguir, completamente al azar, grandes calles y avenidas. Subo 3 o 4 de las 7 colinas que rodean Roma (por lo menos jajaja). Callejeando aparece ante mis narices la Ciudad del Vaticano. 

Me bajo de la bici  y decido ir caminando hasta la plaza de San Pedro. Me encuentro con tres chicas españolas, de Bilbao que acaban de empezar un Erasmus y están tan o más perdidas que yo. Vamos juntos hacia el Vaticano. Les digo que vengo de Barcelona en bici, pero que eso para ellas, las bilbainas, era un paseo de domingo.

Un camarero me para y me pregunta de dónde vengo. Me da la bienvenida a Roma y me felicita por haberlo logrado. Recorro toda la plaza de San Pedro, me hago fotos, relleno mis botellas de agua de una fuente del Vaticano ¿Será agua bendita? Salgo de allí y pongo rumbo al centro. 

Paseando por Roma encuentro un punto wifi y me conecto con el ipod para hacer saber a todo el mundo que, por fin he llegado. Les dedico una foto y unas palabras por mi facebook y entonces, rompo a llorar a la vez que sonreía. 

En muchos momentos de este viaje las pasé canutas, otros los disfrute como un niño, pero aunque pedaleaba sólo nunca sentí que así fuera. Esta etapa se la dedico a todos aquellos que me seguían por medio de facebook, los que me escribían con frecuencia por whatsapp o sms, los que preguntaban por mi a mis padres. Fuisteis mi apoyo y fuerza en los momentos en que pensaba que no podía más. Vuestras palabras y ánimos empujaban la bicicleta con la fuerza que mis piernas no podían. Gracias a todos. 

Seguía llorando y riendo a la vez. Era tremendamente feliz. Decido comer en una pizzeria (¿sorprendidos?) en la que ya había comido años atrás cuando estuve en Roma con mi familia. 

Paso por Plaza Navona, por Plaza Venecia, el castillo de Quirinale, por el foro romano pero no encuentro el maldito coliseo. Decido subir una colina, y desde lo alto veo el foro romano de nuevo y el coliseo al fondo. Bajo de la colina por las escaleras del "altare della Patria" dando mucho la nota, pero me da igual. Me siento poderoso pedaleando por allí, con mi bici, mi remolque y el empedrado. 

Una vez en el coliseo vuelvo a sorprenderme de lo grande y bonito que es. Conozco a un par de azafatas de una aerolinea de Hong Kong que me hacen la mejor foto de todo el viaje. Luego para mi sorpresa, sacan una polaroid del bolso y nos hacemos un Selfie. Me regalan la foto de la polaroid. Son muy divertidas.

Encuentro un hotel bien de precio cerca de la estación central de trenes. Tenían un espacio grande y seguro para mi bici.

Y aquí, queridos bicivoladores, es donde acaba mi aventura del verano del 2013. Que pese a todo lo que viví, puedo asegurar que fue un camino de Roses a Roma. 










 El río Tiber



















Y si habéis llegado hasta aquí, en la próxima entrada pondré los vídeos y una extensa lista de curiosidades del viaje


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